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ámsterdam del alma

sangre en la acera

Anoche fui a un coffieshop. Muy bien acompañada. Del hombre de mi vida, que caminaba a mi lado; si bien lo prefiero pegadito; por detrás, ponte tú. Pero no siempre se puede en esas calles divinas avanzar cual soldadito de plomo.
Al salir del coffieshop vi unas manchas rojas sobre la acera; unos goterones.

-¿Esto no es sangre, querido?
-Sí… es sangre… Y lo que había en las escaleras, entonces, era, efectivamente… un casquete.
-Un casquete?… de bala?
-Sí.

Glub… Ante qué nos encontrábamos?
Di marcha atrás (literalmente: avanzando con mis talones) y volví a bajar las escaleras de aquel local subterráneo. Lo hacía mientras, con mirada sabuesa, escudriñaba cada escalón; hasta que… plop… topo con un negro (que poco antes portaba abajo gran sonrisa y porro), justo cuando acababa yo de localizar la pieza que buscaba, bajo la mortecina y coloreada luz.

“Looking for something?” -oigo en mi oreja, mientras el tipo agarra el casquete y lo pone a unos quince centímetros de las narices de ambos. Lo miramos, mientras yo le respondo ágilmente que “éso es lo que busco” [qué despropósito]. Durante una décima de segundo no se me ocurre qué podrá ser lo siguiente. Él me ahorra más comedura de tarro: sigue subiendo las empinadas escaleras con aquello en la mano, sin más intercambio (para mi alivio -para qué vamos a decir mentiras), y sale del local. Justo ahí surgen en la lontananza de aquella empinada escalera, mientras yo sigo caminando hacia arriba, los torsos -con sus cabezas- de unos tres o cuatro pulcros muchachos, contenidos de músculo, rapados de cabellos… de varias razas. Llego al final de ese empinado pasillo, y ahí los mamíferos escudriñantes, esperando como tigres a que yo salga, se cuelan en la escalera, rozándome al paso con sus impecables cazadoras, en nada rastas, en nada sucias, libres de humos intensos. ¿Quiénes son, que ingresan con tanto interés en antro de olores aprisionados?

La intriga que en los instantes siguientes, no obstante, mantiene entretenida a nuestra pareja de amantes es la del negro de amplio gorro de lana que avanzaba en un andante allegreto por delante de ellos, y que se cuela en la más cercana boca de metro, con la pieza que le arrebatara a ella hacía sólo unos instantes en su puño, guardado a su vez en el bolsillo de su cazadora.
- […] Sí, te digo que ese tipo agarró el casquete. Si no me llega a ver a mí escudriñando el objeto no se da cuenta de que estaba en el escalón. Él no sabía que estaba allí.
- ¿?
- ¿Por qué me lo quitó?
- ¿?

Y en mitad de esta confusa excitación vemos ante nuestros ojos la espalda de un hombre esposado, que nos acaba de adelantar, cogido por los brazos por un par de aquellos chicarrones pulcros multiétnicos, y rodeados aún por todo el resto de tigres que esperaban hace un ratito a que yo saliera del coffieshop. Pasaron -y detrás nosotros- por delante de la boca del metro por donde entró el del gorro de lana; y siguieron –nosotros detrás- unos100 metros más, donde había aparcados dos vehículos de la poli, frente a otra boca de metro. Metieron al esposado, negro y grande, en el coche, y la furgoneta se fue con sólo su conductor, pues tres de los pulcros muchachos –polis de civil, pues- se metieron en la cercana boca del metro. Creemos que en busca del del gorro de lana y su casquete.

“¿Su casquete?” Si ese casquete lo hubiera cogido la amante bandida: ¿estaría en poder de la misma en estos instantes? ¿Se habrían fijado los polis en que lo que la aparentemente inocente amsterdamesa portaba entre sus dedos corazón y pulgar era la prueba de un crimen? ¿Habrán pillado en los húmedos subterráneos de esta ciudad al hábil marihuanero étnico de gorro? ¿Habría salvado ella al mismo de toda sospecha si él le hubiera permitido quedarse con aquel souvenir del circuito criminal de la ciudad?

Son más las preguntas, seguramente.
Lo que llama la atención de primeras, sin perjuicio de na, es lo improvisado del proceder de todos estos hombres.
El mismo día, horas antes, oíamos en esta casa unas declaraciones televisivas del jefe de la policía de la ciudad. “Soy seguidor de Spielberg. Él es el que nos inspira a la hora de actuar ante el crimen. Muchas de las cosas que ocurren en sus películas tal vez puedan parecernos ficción aún, pero es sólo esperar. Es sabido que el arte va por delante de la realidad muchas veces”.
Declaró además que están introduciendo importantes cambios en el departamento de la policía de investigación, que a decir del uniformado está en muy mal estado; bien por detrás de otras policías europeas.

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