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ámsterdam del alma

con la coca al cuello

Lo conocí una noche en un sofá lujoso que hacía esquina. No conocía a la anfitriona. La anfitriona era amante de mi amigo. Mi amigo horas antes desesperado me pidió ayuda. “Me han mandado, ya sabes… un bolero. Y no caga”. Llevaba horas desde que llegara del aeropuerto y no expulsaba ni uno de los dedos (que no bolas) de coca que se había tragado. Como dos kilos, creo. El doble de lo normal. Yo lo vi y me asusté de la cara de sufrimiento. Me puse a hacerle friegas en la barriga instintivamente. E instintivamente me la ofrecía. Na. Usé aceite de una botella que alguien le había dado para que se la bebiese. Decía la anfitriona que debían los dedos de estar pegoteados.
Los dedos. Los dedos son dedos de guante cortados. Dentro de cada uno hay otro dedo, que rodea una funda de material fotográfico para mayor seguridad. Se trata de que no se deshaga el envase y la coca le provoque, disuelta en el estómago, un inminente ataque cardiaco. “Yo he visto a uno morir así al pasar a mí lado en el aeropuerto. Dio un salto eléctrico”.
Los dedos deberían haber empezado a salir hace muchas horas. Llamemos a Colombia.
“¡Una manguera! ¡Metedle una manguera por último por el culo! ¡Agua a presión!” Y nosotros insuflándole agüita con una de estas botellas para limpieza vaginal. Ni cosquillas, vamos.
Se moría de dolor el hombre. Después de un par de días no sabía qué hacer con su cuerpo. Apoyaba las palmas de las manos en la pared y estiraba una y otra pierna hacia atrás, como quien hace estiramientos en el parque.
Resulta que su esposa, médica, le había suministrado unas pastillas para evitar que le diese por pues cagar en el avión. Y le dio demasiadas.
No dormía. Le dolía. “Peritonitis, pero él no lo sabe”, decía un amigo en susurros. “Vamos a una clínica. El cura sabrá de alguna que trate ilegales”. “No!”, decía el de lo de la peritonitis; “estáis locos!”. Y el cura: “No sé nada”. “Vamos a mi médico, que es enrollado”. Pero estaba de vacaciones. Había una jovenzuela, que, cuando le explicamos lo que pasaba cogió el teléfono para presuntamente preguntar a alguien en un hospital si podían recibirlo y operarlo. Y no hacía más que hacernos esperar, intentando hablar en holandés raro con el otro lado de la línea, pero no le resultaba despistarnos: nuestro holandés era muy bueno. Nos fuimos, consecuentemente. ‘No se vayan!’. Qué le importará si nos queremos ir o no.
En coche buscando un centro de atención de desamparados. Cosas raras de lo paranormal, llegamos a una dirección en donde supuestamente debía haber una clínica, y no existía. Sí estaba el número, el complejo con más clínicas y entidades, pero no la que buscábamos, que siempre estuvo allí. Él no podía ya caminar. Al coche de nuevo. “Quieres de verdad que te operen?” ”Pues… sí… ay” ”Tú sabes que nos lo quitan eh” “”Sí… ”. Llegamos a una oficina para asistir a ilegales. Y que cómo se le ocurre al pobre hombre meterse eso. Ya… Pero puede usted o no operarlo? Claro, en el hospital tantitos. Y se puede quedar con lo que le saquen? No se lo puedo asegurar. No entonces. Claro que no. “Estás seguro Alberto de que te lo quieres sacar (in spanish entre nos)”. “Pues no, no estoy seguro. Vámonos anda. Aguantaré.” Hubo que correr escaleras arriba, pues la pálida ya se apresuraba a llamar a alguien a toda prisa para ponerlo al día. Salimos volando no sé a dónde. Parecíamos pulgarcitos dejando migas de pan por toda la ciudad, pa que nos encontrasen. Y a casa, dónde si no. Qué hacer. Esperar, manguerazos, no dormir, granadas, aceite, friegas en barriga, y esquivar a inquilinos.
Para ese entonces vivía con este amigo una chica (habitación alquilada). Para qué contarte cuando descubre a un extraño en el water esa noche, lamentándose en semipelotas. O cuando entra a casa al día siguiente y presencia el acto del manguerazo, que ocurre en el pasillo. Pero ella ‘nada sabía’. Sólo que encontró en un tetra brik de zumo roto por arriba una especie de salchichas duras hediondas que había que tirar a la basura. Y es que, sí, finalmente hizo caca Alberto. Fueron 15 días de sufrimiento. Guiness. Mi amigo guardó las pestes en la nevera, confiadísimo, y ella las encontró. Alguien las sacó al día siguiente del cubo de la basura. Menos mal que ese día no pasaba el camión, no crees?

Sobre las humillaciones y maltratos que sufren los viajeros de determinado aspecto al llegar al aeropuerto de Ámsterdam, léete el increíble reportaje que publica mQh

3 comentarios

pepa -

Real real. A mí me pegó fuerte. Fue jugar con la vida, y con la ley. Y descubrir que al margen de esta las cosas son bien duras. Y que hay gente muy valiente. Yo creo que nunca me metería eso en el cuerpo. Y menos iría a parar con ello a un país lejano donde no conoces absolutamente a nadie; y sin embargo hasta los perros te están esperando. Y de donde has oído tenebrosas historias sobre el trato a ilegales y/o transportistas de drogas.

jesus -

Me he metido totalmente en la historia. ¡Qué fuerte!
¿Es real esto que paso?

lo -

En los hospitales lo que les hacen es sentarlos a cagar. No los operan. Creo que les pueden dar laxantes, pero nada serio.