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ámsterdam del alma

sobre la lengua del vecino


Qué lengua puede ser la que habla el vecino de enfrente? Mi dormitorio da a un jardín comunal. Enfrente de mí (a unos 15 metros) vive un señor de barbas bíblicas que se pasea de lado a lado de su habitación siempre que miro hacia su ventana, siempre abierta; y siempre (salvo una noche) iluminada. Y siempre está solo. Aparece una señora, que podría ser su hermana, a limpiarle la casa de pascuas a ramos, que viene acompañada de un joven-casi-niño, que podría ser un sobrino. No habla. Pero un día lo hizo, y hacia mí.
Salí yo a la terraza y él gritaba, con voz de pozo de infierno, cosas que yo no entendía, pero que parecían ser coherentes. Observé regularidades en aquel torrente sonoro, que era como un carrito de montaña rusa. Y bastante gutural. No lo grabé, desgraciadamente: ahora mi memoria es todo mancha. Aquello era una lengua. Pero cuál? Repetía estructuras sintagmáticas. Me pareció indoeruropea. Si bien al extremo -geográfico-. Bien podría ser diabólica; de la zona, pues, que coincide con frontera con oriente, tal vez, que es donde las aventuras del diablo y sus farfullidos fueron pasados a papel por vez primera, que yo sepa. De esa zona donde se desdibujan los límites, donde los geógrafos han pinchado la bandera caprichosamente, pues los dueños primigenios ya no se sabe si eran ángeles o diablos, de los nuestros o de los de aquellos. Se dirigía a mí el vecino desde lo más profundo de su ser. Creo que no empleaba designaciones directas a mi figura. Me representaba dando un rodeo. Un sonido dentro de sí era usado por él como transpositor (pro)nominal primario: yo le inspiraba un sonido como más arriba del diafragma, que él seguidamente asociaba a cualquier palabra/sonidos(s) cercana/o(s) de algún modo (‘vecina', ponte tú, o ‘puta', o ‘terraza', o ‘jea') y le asignaba a ese término -sobre todo es lo que me designa en su sistema- un modo de decirme. Él, creo, odiaba mi presencia. Yo era, ponte tú: ‘vecina [salió]', + un odio -el modo- expresado desde la guata. Y lo repetía. Algo le impedía usar su lengua materna; socialmente adquirida. Será afasia? Curioso que esa violencia en el modo, no pretendía afectarme, según entendí. Creo que no puede usar la lengua para herirme. No puede expresarse. Ese odio se queda a mitad de representación. Creo que no sabe que con la lengua puede atacar. Hace una representación del odio a través de la lengua. Pero no odia a través de la lengua. También por ello me parece tan bíblico; perdón, diabólico. Al diablo, por cierto, lo cagas a costa de simbología, tengo entendido.

Los símbolos de mi terraza los eliminé en lo posible, pues no quiero yo agitar almas alterables, como pueda ser la suya. Así, con discreción tiendo la toalla-dólar que compré en cierta ocasión asinomás. No pienso en nada cuando Lincoln me mira. Just buena felpa. También procuro que el vecino no se vaya a excitar con mi sudadera de NYC, que nunca se sabe. Oculto tras las sábanas también la camiseta roja de CCCP, y la de la virgen barrocona filipina, por si acaso. Y hasta mi puritita presencia le dosifico. Los símbolos empollan de la nada, y engordan y puff, explotan. Que ningún símbolo vuele a sus ojos, por mi parte. Y, sí, mi figura empieza a retirarse de su mirada.
Pues a pesar de lo que me gustan las constelaciones y las lunas, a veces tan gordas y llenas de accidentes físicos/geográficos y brillos plateados, evito salir a mi terraza a mirar hacia el cielo. A pesar de los estupendos prismáticos que le compré a un turista japonés. Evito salir de noche a la terraza desde el día en que descubrí, mirando hacia una luna increíble que estaba justito encima de su bohardilla, que en las sombras de su cueva había un hombre -él- mirándome. "Y ella a mí"- habrá pensado. Qué pavor ese verlo poco a poco en un instante. A ojo desnudo.

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